Esta reflexión sobre la amistad en la treintena viene a que, desde que era un chaval, mis amigos han sido mi familia.
Me pasaba las tardes jugando con una pandilla, la mayoría mayores que yo. Fuimos juntos al colegio y al instituto. Vivíamos juntos durante la época de la universidad, y un tiempo después. Si vuelvo la vista atrás, he sido muy afortunado en cuanto a los amigos. En ese grupo que conformamos, unos diez, llevamos siendo amigos más de 25 años, y contando. Una pasada.
La amistad en la treintena como parte integrada de la vida
Para mí, la amistad es uno de los fundamentos de la vida. Crecí con ideas muy claras sobre quiénes eran mis amigos y quiénes no. Sobre la lealtad, el compañerismo y el amor fraternal. No en vano hice un viaje existencial larguísimo con ellos, con sus buenos y malos momentos. La evolución hacia la forma de amistad en la treintena tiene todo que ver con ese viaje.
No soy de los que dan las cosas por hechas o se sienten con derecho a nada. Siempre he procurado ser un magnífico amigo de mis amigos. Estoy convencido de que, a pesar de mis defectos, esa es una de mis mejores virtudes. Aunque no esté demasiado en boga, ser leal a tu gente, en el sentido más estricto de la palabra, tiene enormes recompensas en la vida.
Por eso, entre los veinticinco y los treinta años empecé a tener algunos problemas. Mis amigos, la gente en general, parecía haber recibido una actualización de software que yo echaba en falta, y que ponía al día el concepto de amistad en la treintena. Esos cambios se manifestaban en hechos como:
- Tener una pareja, incluso un hijo, cambiar de trabajo o mudarte: desaparecer del mapa.
- Desarrollar una afición concreta que absorbe todo tu tiempo e interés.
- Convertirte en un resentido con la existencia, y abandonarte.
Tengo la impresión de que, aunque soy una persona que ha evolucionado enormemente en los últimos años, no he cambiado demasiado mi actitud hacia mis amigos. Sigo encontrando espacio para ellos, y me esfuerzo porque formen parte de mi vida.
A pesar de ello, las dificultades son enormes, y en algunos casos no hay mucho que puedas hacer, más que aceptar que pasan un poco más de ti. Eso es parte natural de buscar el camino de uno, de esa amistad en la treintena de la que hablo.
Aceptar todo y renunciar a las expectativas
Un amigo mío, que es un excelente médico, me dijo una vez que a él le gustaría que me hubiesen curado de un problema de salud, pero que sentía que no hubiera podido ser, pues la medicina no tiene la respuesta a todos los males. Me quedé con esa idea.
A mí me hubiera gustado que todos mis amigos pusiesen tanto de su parte como yo en nuestra amistad. Pero no puede ser, pues las personas y nuestras circunstancias son un condicionante inmenso. Así, al igual que vamos perdiendo facultades, estoy aprendiendo que, conforme los años pasan, también voy perdiendo terreno en las amistades y estas se transforman en algo diferente.
No es de extrañar que, con esa tendencia, la soledad se esté volviendo una epidemia. Un problema más grave y prevalente de lo que parece. Nos sentimos solos, y sospecho que este tipo de separaciones de nuestro grupo tiene que ver con eso.
Es un tema que he consultado con personas mayores que yo. Todas las que he entrevistado coinciden en lo mismo: les encantaría tener más amigos, pero no es fácil conservarlos. Han perdido el contacto porque la dinámica de su día a día llevó a cada uno por su lado.
Sin embargo, nunca me he conformado con las sentencias definitivas. Tampoco con los amigos. Y como yo soy de los de hace más el que quiere que el que puede, sigo probando estrategias para conectar. Eso sí, con una actitud de sana competencia: quiero vivir siendo un buen amigo de mis amigos, pero soy realista. Acepto lo que me dan, y no espero nada. De esa forma, evito el enorme desgaste emocional que acusaba a los veinticinco, y disfruto de corazón los buenos momentos.
Amistad en la treintena: amigos, responsabilidades y actitudes
En unos días, mi amigo americano y padrino de mi hijo va a cruzar el planeta para pasar un rato conmigo. No vamos a hacer nada increíble: tomarnos algún café, charlar, ir al gimnasio, pasear a los perros y comer en familia. Algo que, sin embargo, para mí, vale más que nada.
Creo que lo que más me ilusiona de su visita es que representa que es posible desafiar la dinámica establecida en la sociedad y en nuestra amistad en la treintena. El tío vive en la otra punta del mundo, pero hablamos a menudo, y compartimos la pasión por algunas aficiones. Estamos en contacto desde un punto de vista humano, real y tangible. Y ese es un ejemplo de que se pueden hacer las cosas de otra manera.
Para mí, mi responsabilidad y actitud son clave para mantener y tener amigos. Me aseguro de desarrollar mi vida cumpliendo con ese estándar de calidad: tengo tiempo para comer con este o aquél amigo al que no veo hace tiempo. Mando mensajes, les hablo de mis proyectos y tomo notas sobre los suyos, para no olvidarme. Intento estar ahí tanto si me necesitan como si no, igual que siempre. Ser la persona a la que llaman cuando hay un problema, a la que procuran no defraudar. Y la que tampoco defrauda.
No es nada fácil hacer esto. Yo también tengo mujer, hijo y más familia, trabajo, proyectos, una vida llena de cosas por hacer y la necesidad de encontrar tiempo para mí mismo. El problema es que no existe el espacio para ellos en mi vida a no ser que lo cree yo. A veces ellos me sorprenden regalándome un pedazo enorme de su tiempo, como mi amigo de Estados Unidos. Pero la amistad en la treintena trae esa gracia con menos frecuencia, y por eso es más valorada.
Sea como fuere, he elegido como actitud personal construir una muralla en torno a mi gente: una que me asegure que protejo lo más importante. Al final, supongo que más allá de mi familia, amigos y los buenos momentos que comparta con ellos o disfrute, no hay mucho más en la vida. No me parece poco, y agradezco ese regalo cada día, por ejemplo cuando veo crecer a mi hijo. También peleo por conservarlo. Es lo más valioso que tengo.
Esa actualización de software de la que hablaba nos mete en la cabeza que hay eso, cosas más importantes, como el trabajo. Y creo que sea así. No puedo argumentar sino eso: no me lo creo, por eso nunca me adapté. Los mejores momentos de mi vida han sido con mi mujer, nuestra familia y amigos. He tenido la suerte de verlo pronto.
Una reflexión final sobre la amistad en la treintena
Esa decisión de mantener una responsabilidad y actitud para salvaguardar a mi gente ha tenido un precio.
A veces, he tenido que encajar fracasos. Renunciar a personas, y aceptar que no se entienda mi forma de ser. Si eso duele con el desconocido, imaginad cuánto más con un amigo. Luego vino la deriva que los mayores presagiaban: a los treinta se pierden todas las amistades. Siendo ese uno de los pilares de mi vida, entré en barrena. Hasta que decidí ser responsable y echarle ganas, a ver si podía mejorar la situación.
Desde entonces, aprendí a disfrutar más de los buenos momentos que me regalan los de siempre, aunque ya no los espere. Dicho sea sin amargura: son bienvenidos, pero no considero que me los deban. Acepto a los demás, y también mi propia naturaleza. Con todo, aceptar a los demás implica también una regla: los demás, si me quieren como amigo, han de aceptarme también a mí. Ha de haber espacio para todos.
Cuidando con mimo el espacio dentro de esas murallas, me aseguro de que siempre exista un lugar donde, quienes me conocen, puedan encontrarme. También he logrado que vengan por allí nuevas personas.
En fin, que creo que en la amistad en la treintena implica la posibilidad de ganar amigos, y estrechar lazos con los de toda la vida. Diría que para ello solo hace falta lo de siempre: responsabilidad y actitud para encontrar el camino. ¿Qué puede valer más la pena?
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